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Después le dieron algún tranquilizante.
Pero los dos tenemos el impulso, esa necesidad especial, esa maniática dinámica que nos permite seguir
yendo al Cielo. Ambos hicimos lo mismo, nos quedamos allí fuera en nuestros botes durante semanas,
esperando a que la Autopista nos recogiera. Y cuando se nos acabaron las señales, nos remolcaron de
vuelta hasta aquí. A algunos no los recoge la Autopista, y nadie sabe por qué. Y nunca hay una
segunda oportunidad. Dicen que es demasiado costoso, pero lo que en verdad quieren decir, mientras
te miran los vendajes de las muñecas, es que ahora eres demasiado valioso, demasiado útil como relevo
potencial. No te preocupes por lo del intento de suicidio, te dirán; ocurre todo el tiempo. Muy
comprensible: sentimiento de profundo rechazo. Pero yo había deseado ir, lo había deseado con
mucha fuerza. Charmian también. Ella lo intentó con pastillas. Pero ellos nos cambiaron, nos torcieron
un poco, alinearon nuestros impulsos, nos implantaron los osteófonos, nos asignaron entrenadores.
Olga tuvo que saberlo, debió de haberlo visto todo; trataba de impedir que descubriéramos cómo llegar
hasta allí, que llegáramos a donde ella había estado. Sabía que si la encontrábamos, tendríamos que ir.
Incluso ahora, sabiendo lo que sé, quiero ir. Nunca iré. Pero podemos hamacarnos aquí en esta
oscuridad que se eleva sobre nosotros, la mano de Charmian en la mía. Entre nuestras palmas, el
arrugado envoltorio de la droga. Y santa Oiga nos sonríe desde las paredes; se la siente, todas esas
copias de la misma foto publicitaria, rotas y pegadas con cinta adhesiva en las paredes de la noche, esa
sonrisa blanca, para siempre.
Incluido en  Quemando Cromo
Ediciones Minotauro, 1994 [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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